El cambio climático impondrá vuelos comerciales de pasajeros más limitados y caros mientras quien lo dicta aumenta ya el uso de jets privados para luchar contra el apocalipsis del clima
Hace una década nació en Suecia el denominado movimiento Flygskam. Significa “la vergüenza de volar” y se supone que impulsa la tendencia a dejar de coger aviones por razones ambientales. Este término sueco se ha internacionalizado con la creación de la plataforma Stay Grounded (quedarse o permanecer en tierra) para evitar, teóricamente, las consecuencias medioambientales que un vuelo puede tener en la atmósfera. Las personas que lo defienden no dejan de viajar, pero sí de volar, en favor de otros transportes.
Por ello, muchas compañías ofrecen ya compensar las emisiones haciendo donaciones para proyectos ambientales, es decir, te piden que pagues más como exigen gobiernos y corporaciones. Por ejemplo, Greenpeace propone un impuesto progresivo dirigido a los viajeros más activos: “La idea es que cuanto más se vuele, más alto será el impuesto”.
Aquí, en España y de la mano del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia que el Gobierno ha enviado a Bruselas se ha planteado, entre otras medidas, un nuevo impuesto a la movilidad aérea. Todo para “el fomento del uso de medios de transporte más sostenibles y respetuosos con el medio ambiente, así como el incentivo a la exploración de nuevas tecnologías y carburantes menos contaminantes”, explicaban desde el Gobierno.
Paralelamente, la ultraizquierdista Yolanda Díaz (conocida en redes popularmente como la ministra de los cohetes) reclama eliminar los vuelos Madrid-Barcelona para luchar contra el cambio climático.
Una fecha y una agenda: 2030
Todas estas políticas y tendencias socioeconómicas tienden a una fecha: año 2030. Y uno de sus retos es reducir al máximo la contaminación aérea que provocan los vuelos de pasajeros. Todo ello cohesionado en el texto que articula la omnipresente Agenda 2030 (en España cuenta hasta con ministerio propio).
Hagamos un poco de historia, muy reciente, por otro lado. En 2016, el Fondo Monetario Internacional (FMI) hacía sus predicciones global-pesimistas y ponía el foco en la igualdad, sostenibilidad y en estos términos hoy ideologizados. Posteriormente, y bajo esas premisas, pero en este caso en el marco del Foro de Davos del Foro Económico Mundial (FEM) se desarrolló esta fantasía ideológica bajo el término del Gran Reinicio y bajo el axioma: “No tendrás nada y serás feliz”.
Se trata promover un gobierno mundial, un nuevo orden mundial en el que todo fluya, donde la economía circular y sostenible sea la cúspide de la pirámide, donde los ciudadanos no adquiramos, sino que alquilemos, donde la posesión y lo material deberán pasar a un segundo plano para que el Planeta siga sobreviviendo a la mano atroz del hombre. Para que todos accedamos de manera igualitaria a los alimentos, al agua, a las medicinas, al ocio…
Eso es lo que proponen las grandes corporaciones de Davos…

Volvamos con la historia, pero esta vez nos retrotraemos al 2015. El 25 de septiembre, la Asamblea General de las Naciones Unidas redactó la famosa Agenda 2030. Un montón de objetivos de desarrollo sostenible para la globalidad de la ciudadanía, una declaración bondadosa destinada a que nadie pase hambre ni sed, a que todos seamos iguales, a que respetemos el planeta, a que no haya guerras, ni abusos ni insultos.
Concentración del poder en unos pocos
Pero los expertos que están al otro lado de la corriente que nos lleva, nos hablan de que este articulado ideológico ultraprogresista en realidad lo que esconde es la concentración del poder en unos pocos (grandes propietarios de fondos de inversión y supuestos filántropos) y transferirlo en instituciones globalistas como la ONU (o con la pandemia, la Organización mundial de la Salud, la OMS).
Así, tal y como describe la periodista Cristina Martín, “grandes inversores como Bilderberg o el Foro de Davos utilizan a la ONU de pantalla porque nos quieren vender la Agenda 2030 como un plan para mejorar el mundo, pero es una herramienta diseñada con la intención de que todos los recursos de la tierra (océanos, bosques y personas) acaben siendo gestionados por ellos. Desde su perspectiva, el resto de humanos somos los verdaderos virus y consideran que no sabemos usar los recursos naturales. Por eso, han aprobado que ellos se van a convertir en los gestores. Esto es tremendo, porque pueden llegar a prohibirnos el acceso a estos recursos. Es decir, que ellos son los propietarios de la naturaleza y nosotros tenemos que estar al servicio de la naturaleza”.
La Agenda 2030 es oficialmente el desarrollo de una hoja de ruta para un mundo mejor coordinada por la ONU en connivencia con la comunidad internacional, entidades públicas y privadas, empresas, universidades, corporaciones, fundaciones…
Pero muchos críticos consideran que su redacción no fue muy participativa y nada democrática. Influyeron en demasía las empresas y las grandes corporaciones de la sociedad civil, como esas que participan activamente en el Foro de Davos.
Y fueron ellos los que anunciaron en su última reunión que “los contaminadores pagarán por emitir dióxido de carbono. Habrá un precio global sobre el carbón para ayudar a la desaparición del uso de combustibles fósiles”. Y en especial para las compañías aéreas, para los ‘malvados’ que viajan con frecuencia en avión para visitar a familiares o simplemente por ocio. Esos son los ‘malos’, a los que se debe avergonzar por irrespetuosos con el medio ambiente.
Conferencia ONU sobre el cambio climático
Y seguimos con la historia, pero ahora ya nos acercamos a 2022. En noviembre se celebró la 27 Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP27). Tuvo lugar en Egipto, en la lujosa ciudad-balneario de Sharm el Sheikh.
Lo curioso, paradójico e indignante es que hasta allí viajaron sus participantes en más de 400 jets privados. A estos se sumaron los aeroplanos de empresas patrocinadoras y participantes, además de los de las compañías aéreas. La compañía Egyptair tuvo que reforzar su oferta con 250 vuelos más entre El Cairo y Sharm el Sheikh.
Anteriormente, en la conferencia celebrada en Glasgow, los aviones privados que acudieron a la ciudad escocesa emitieron 13.000 toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera.

Y es que los aviones privados son 10 veces más intensivos en carbono que los aviones de pasajeros, y como mínimo 50 veces más contaminantes que los trenes. El ejemplo ‘hispánico’ lo tenemos muy presente con el Dassault Falcon 900, el avión utilizado por el Gobierno (el mismo que tiene un ministerio agendista y de transición ecológica y que te pide que no contamines y que te compres coches eléctricos), pero sobre todo por el presidente Sánchez Castejón, quema unos 1.300 litros de combustible a la hora, pudiendo emitir más de dos toneladas de CO2 en ese tiempo. Hay que recordar que, por cada tonelada métrica de CO2 emitida a la atmósfera se derriten 3 metros cuadrados de hielo ártico.
Vuelos privados de las élites
Por ejemplo, en Davos, según los vuelos privados de los asistentes al foro del pasado 2022 (muchos asistentes eran los mismos del COP27), se generaron emisiones equivalentes a 350.000 automóviles haciendo 750 kilómetros diarios durante una semana. 1.040 jets privados entraron y salieron de los aeropuertos que prestan servicio a Davos durante la semana del encuentro. Esta circunstancia provocó que las emisiones de CO2 se multiplicaran por cuatro durante aquellos días.
Y ya en datos más concretos, el 53% fueron de corta distancia, por debajo de los 750 kilómetros, que fácilmente se podrían haber sustituido por viajes en tren o automóvil. El 38% voló en distancias ultracortas, de menos de 500 kilómetros. Incluso se detectó un vuelo realizado de tan solo 21 kilómetros.
Son ellos los que te hablan del Gran Reinicio, de las bondades ecologistas y verdes, de la necesidad de reducir nuestros viajes en avión. Son los mismos que financian estudios apocalípticos como el de una investigación de científicos de la Universidad de Reading (Reino Unido). Según este trabajo científico, se supone que existe un aumento de las turbulencias en el aire claro, que son invisibles, impredecibles y potencialmente peligrosas para las aeronaves. Los cambios climáticos han provocado un aumento de las turbulencias en los vuelos, que continuará o empeorará en los próximos años, nos dicen…
Pero el aumento de aparatos privados y vuelos en jets de las élites avanza inexorable en los últimos años. Y en España toca Falcon, más que nunca…