El terror golpea a la comunidad judía en plena celebración religiosa mientras Occidente sigue debatiendo si condenarlo o no
La lista de víctimas del brutal atentado en Bondi Beach (Sídney) es un puñetazo en el estómago de cualquier persona con un mínimo de conciencia. Matilda, una niña de 10 años descrita como «brillante y alegre»; Eli Schlanger, un rabino que ya había advertido al gobierno australiano del peligro; y un superviviente del Holocausto de origen ucraniano que había escapado del nazismo para morir a manos del nuevo odio antisemita. Todos ellos asesinados a sangre fría mientras celebraban pacíficamente el Janucá.
No ha sido un «incidente» ni un «tiroteo aislado». Ha sido una cacería judía, un acto de terrorismo puro y duro contra familias enteras. Los atacantes, que abrieron fuego indiscriminadamente, buscaban hacer el mayor daño posible a una comunidad cuyo único «delito» era rezar y celebrar su fe en público.
Advertencias ignoradas
Lo más sangrante es que, como suele ocurrir, las señales estaban ahí. El rabino Schlanger, ahora mártir, había escrito meses antes al primer ministro Anthony Albanese instándole a «actuar con firmeza» contra el creciente antisemitismo. Sus palabras cayeron en saco roto. La inacción política y la tibieza ante los discursos de odio tienen consecuencias mortales.
Mientras Israel lucha por su supervivencia, la diáspora judía se ha convertido en el blanco fácil de los fanáticos en todo el mundo occidental. Y mientras tanto, muchos políticos y medios siguen poniendo «peros» y buscando justificaciones donde solo hay odio irracional.
Un superviviente que no sobrevivió al presente
La ironía trágica de que un hombre que sobrevivió a los campos de exterminio nazis haya muerto asesinado en una playa australiana en 2025 debería avergonzarnos como sociedad. Significa que el monstruo del antisemitismo no solo no ha muerto, sino que ha mutado y campa a sus anchas, alimentado por la propaganda y la permisividad institucional.
Como ya informamos sobre el fanatismo anti-israelí en instituciones públicas, el clima de hostilidad se crea desde arriba y acaba estallando en las calles con violencia real. Hoy lloramos a Matilda, a Eli y a todos los inocentes, pero las lágrimas no bastan. Hace falta acción y contundencia.
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El antisemitismo no es una opinión, es un crimen. Y quienes lo toleran o lo blanquean son cómplices de tragedias como la de Sídney.







