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Mapi León y el fin del «furbol»

«Si las mujeres dirigieran el mundo, otro gallo nos cantaría».

Esa fue la promesa que nos vendieron, asegurando que todo iría a mejor. Sin embargo, la realidad es muy distinta a lo que nos prometieron, y hoy nuestra libertad está más amenazada que nunca. No solo la libertad de expresión, sino también la de pensar, opinar y vivir como cada uno quiera. Nos han arrebatado incluso la posibilidad de ser nosotros mismos, hasta cuando abogamos por el respeto al prójimo. Y es que, para algunas, el respeto no es más que un síntoma de «machirulismo», una suerte de condescendencia que desvirtúa cualquier intención de diálogo o convivencia.

No se trata de culpar a las mujeres, sino de señalar una falsa narrativa de empoderamiento que, lejos de fomentar la excelencia, esconde mediocridad, resentimiento y, sobre todo, autoritarismo y censura. Desde que ciertos sectores de la izquierda más radical encontraron la manera de inmiscuirse en nuestras vidas, hemos sido testigos de cómo nuestras esferas más íntimas se han transformado en un circo peligroso, donde siempre gana lo siniestro y su esperpento.

Se denuncia la cosificación de la mujer mientras se normaliza la perversión infantil en las escuelas. Se habla de seguridad femenina mientras se liberan violadores sin el más mínimo pudor. Y lo más grave es que ninguna de las artífices de estas políticas ha pedido perdón. Cuando se les señala la involución social que han provocado, desvían el foco hacia los fantasmas del pasado, esos que han sabido conservar y explotar como arma política.

Si te quejas, eres facha. Si argumentas, eres franquista. Si propones soluciones basadas en la excelencia, eres un misógino y un troglodita. El mensaje es claro: solo hay un discurso aceptable, y cualquier disidencia será criminalizada.

El gallo que nos canta hoy no es el de la libertad ni el del progreso, sino el de la censura. Nos obligan a presenciar cómo el fútbol se convierte en un delirio judicial, cómo todo lo que tocan acaba convertido en un espectáculo grotesco, desprovisto de aquello que solía brindarnos una vía de escape.

Y estas palabras no pretenden ser una crítica a la guerra de sexos, sino una advertencia a quienes han decidido manipular nuestras vidas. Habéis conseguido que el pan y el circo también nos pongan de mala leche. Cuando ya no nos quede ningún rincón donde desconectar, el gallo que cantará será muy distinto, y la culpa será vuestra, de todos los que convirtieron lo personal en político y nos arrebataron hasta el más mínimo resquicio en donde refugiarnos. No es el neoliberalismo el que nos oprime y nos corrompe, sino el mandato de esa élite que solo nos ve como simples muñecos de arcilla que puden moldear a su antojo.

Ya ni el futbol nos servirá para olvidarnos del mundo… por culpa de estos zurdos de mierda que lo han ensuciado todo con sus universos woke.

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