«Nunca se dirá de ninguna IA que debía tener la puerta del despacho abierta por temor a lo que pudiera pasar con sus alumnas dentro».
Las recientes revelaciones sobre algunos círculos de Podemos, que se presentaba como baluarte de la igualdad y el respeto hacia la mujer, ha puesto a más de uno a temblar por si acaso le salpica. El debate mediático, mucho antes de centrarse en el compromiso inquebrantable con los valores fundamentales que debería asumir todo político que se precie, está centrándose, de nuevo, en la esfera de un cotilleo rayano a lo anodino. Y entre que unos se preocupan más por su ombligo que por la decencia de sus actos, y que los medios inciden más en el alcance del chisme que en el dolor de las víctimas, se nos va quedando el panorama perfecto para decir aquello de ¡la madre que me parió!
Abuso, corrupción, hipocresía institucional… no escasean las lindezas que pueden decirse del panorama político español. Y salvo algún que otro verso libre que opina sin miedo y con criterio de las vergüenzas de esta España, todo parece un inmenso teatro del que a malas penas se pueda sacar algo en claro.
¿Fue alguna vez Podemos referente de algo bueno? Probablemente no, pero supieron venderse, nunca mejor dicho. Y de la misma forma que no dudaron en rechazar la financiación de quienes cuelgan a los amantes de las grúas, tampoco dudaron en creerse intocables en el marco incomparable de sus intimidades. A fin de cuentas, hacían “política con cojones”.
Esto es lo que ChatGPT opina sobre el asunto:
<<La disonancia entre el discurso público y las acciones privadas de algunos círculos de Podemos es alarmante y pone en tela de juicio la credibilidad de una ideología que se presentaba como garante del bienestar y la dignidad humana. Esta contradicción no solo daña a las víctimas directas, sino que erosiona el tejido social al quebrantar la confianza que la ciudadanía deposita en sus instituciones>>.
Podemos quejarnos de que la Inteligencia Artificial nos podrá quitar el trabajo el día de mañana, pero nunca se dirá de ninguna IA que debía tener la puerta del despacho abierta por temor a lo que pudiera pasar con sus alumnas dentro.
Cuando el poder se utiliza para encubrir comportamientos corruptos, se transforma en un instrumento para perpetuar una cultura de impunidad y desfachatez. Y cuando se prioriza el estatus personal sobre la ética social, se desvirtúan los valores democráticos y la integridad se convierte en un lujo lábil y difuso.
Decía La Rochefoucauld que “La hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud”. No encuentro un resumen más elegante a la paradoja de un sistema que, a fuerza de aparentar, permite que el vicio se disfrace de integridad.
¿Cuánta cuerda nos queda a los españoles para seguir aguantando a los trileros?
La respuesta a esta pregunta es fundamental para reestablecer la credibilidad y la coherencia en la política, y para garantizar que la justicia y la transparencia sean verdaderos pilares de nuestra sociedad… si es que acaso es existe.








