Los gorilas (Gorilla spp.) viven en harenes liderados por un solo macho alfa, silverback, que monopoliza la reproducción con varias hembras. El macho protege al grupo, pero también controla la dinámica social y el acceso a recursos. Las hembras pueden sufrir coerción por parte del macho dominante.
El macho dominante de elefante marino (Mirounga spp.) controla un harén de decenas de hembras y se aparea con todas. Los machos subordinados no tienen acceso a la reproducción a menos que derroten al dominante en combate, y el dimorfismo sexual es extremo: los machos pueden ser hasta cuatro veces más grandes que las hembras, lo que les da una ventaja física absoluta.
Nosotros, los seres humanos, somos animales sexuales, es decir, no nos reproducimos por esporas ni por fisión binaria, mitosis o autorreplicación. Nos reproducimos sexualmente, lo que, también en nuestro caso, da lugar a características diferenciadas. Somos parte del reino animal, como los Gorilla o los Mirounga. Eso es una verdad ineludible.
«Patriarcado» —en la acepción que aquí nos concierne— es un término muy nuevo. Fue Kate Millett, en su libro Sexual Politics (1970), quien lo redefinió. No voy a entrar en detalles del personaje… No me gustaría que se entendiese como un ataque ad hominem, porque en ciencia las circunstancias personales son irrelevantes si la tesis es cierta. Pero en este caso, no se salva ni la tesis. Me explico:
El patriarcado no es lo que formalmente llamaríamos un «hecho científico»: No es falsable. Para que algo sea estrictamente científico, debe poder someterse a pruebas empíricas que confirmen o refuten su existencia. El concepto de patriarcado es interpretativo y depende del marco teórico que se use. Por otro lado, no hay una única definición. Se usa hoy de distintas maneras en sociología e historia, lo que lo convierte en un término ambiguo. Y no explica toda la realidad ni atiende a matices, variaciones históricas y contraejemplos que desafían una visión monolítica.
Estudiar el patriarcado es interesante… como lo es estudiar el terraplanismo
Uno esperaría encontrar a un grupo de locos con gorros de papel de aluminio aguardando a que la nave nodriza los transporte a Raticulín, pero el modelo terraplanista ¡es sorprendente! Es complejo y ofrece una explicación ingeniosa a muchos fenómenos naturales. El problema es que hace aguas en cuestiones fundamentales… Su mayor inconveniente es que se trata de un modelo esencialmente erróneo.
Háganse ustedes una pregunta. ¿Cuándo empezó el patriarcado? ¡Empezó con el sedentarismo y con las ciudades-estado! dirán algunos… ¡¿Estás seguro?! ¿Los nómadas no eran patriarcales? ¿No había un sistema de dominación de los hombres sobre las mujeres? ¿Y los aztecas, olmecas, toltecas…? ¿Desarrollaron espontáneamente un patriarcado paralelo precolombino? ¿Y los Homo erectus, no eran patriarcales? ¿Y los Gorilla que mencionamos al inicio, viven acaso inmersos en un sistema de dominación patriarcal?
Sé que muchos papers rebosantes de perspectiva de género me quitarían, muy fuerte, la razón. Pero, como ocurre con estas preguntas, los terraplanistas pueden dar muchas respuestas a la gravedad en su modelo de tierra plana, aunque ninguna tan sencilla, lógica y elegante como la explicación que ofrece el modelo «esférico»: directamente proporcional a la masa e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia.
En este caso, una respuesta más objetiva y políticamente aséptica, menos sesgada y más completa, no pasa por el patriarcado. Dicha respuesta es una ley universal que impera en el reino animal, nosotros incluidos, y en el modo en que sus miembros se relacionan entre sí: la ley del más fuerte… o lo que podríamos llamar
EL IMPERIO DE LA FUERZA
Y el imperio de la fuerza se formula del siguiente modo: «Todo aquel que se encuentre en una posición de fuerza con respecto a otro tiende a abusar, y esto es así independientemente del sexo del agresor y de la víctima».
—Esto es aplicable tanto a individuos como a grupos y colectivos—
Veamos: Como los hombres se encuentran en una posición de fuerza, en este caso física, sobre las mujeres, el abuso físico marca una clara dirección de ellos hacia ellas, aunque también sobre otros hombres más débiles. Eso explica también por qué los abusos físicos que ejercen las mujeres son predominantemente dirigidos a niños, ancianos u otras mujeres, porque, en esa circunstancia, son ellas las que se encuentran en una posición de fuerza con respecto a la víctima.
¿Y la posición de fuerza es solo física? ¡En absoluto! La fuerza se ejerce de mil y una maneras; basta con que uno se encuentre en una posición de fuerza con respecto a otro para que tienda a abusar. Ya sea psicológicamente, ya sea por su posición jerárquica o por gozar de mayor estatus o popularidad, por ejemplo.
Con una lectura parcial e interesada como hace el término patriarcado, no solo no se solventa el problema, sino que se agrava, porque abusando de la fuerza que otorga el lobby feminista, vendándose los ojos y extendiendo el dedo acusador a ritmo de «el violador eres tú», no se logra más que aumentar la inercia del imperio de la fuerza que hace de esta sociedad un entorno más hostil, más agresivo y menos sincero.
A muchos les interesa el concepto de patriarcado porque estereotipa los abusos, dividiendo y enfrentando, pero si profundizamos nos daremos cuenta de que jamás existió una conjura patriarcal, lo que sucede es que, en un mundo donde la fuerza física era capital, ese dimorfismo dio lugar a una distribución, digamos, poco justa del poder —considerando que haya algo de justo en dicha palabra—. ¿O acaso creen que su modelo patriarcal también se daría en un mundo donde la superioridad de la fuerza física hubiera recaído en las mujeres?
Pero con la irrupción de la tecnología la fuerza física deja de ser un factor de valor, la especialización de los sexos se desdibuja, y afortunadamente podemos elevarnos respecto a nuestros primos hermanos los Gorilla y Mirounga y mirar hacia un futuro donde, a pesar de encontrarnos en una posición de fuerza los unos con respecto a los otros, ya sea física o de otro tipo, escogemos no ejercer esa presión violenta que nos empuja a aplastar al prójimo.
En este sentido, el feminismo, que no se ha preocupado jamás por uno solo de los problemas que sufren los hombres por el hecho de ser hombres, que solo percibe la toxicidad en el sexo masculino, jamás en el femenino, que se apura en ligar una idea negativa a todo término masculino y a sacralizar todo término femenino, que promueve una asimetría legal que clama al cielo y trabaja sin descanso para ahondar en ella, que ha alcanzado cotas de fuerza mayúsculas y la ejerce salvajemente sobre todo el que se atreve a disentir… es, hoy, uno de los motores del imperio de la fuerza que se recrudece día a día en nuestra sociedad.
Si abandonamos el término sesgado, parcial y sexista de patriarcado y lo sustituimos por un concepto más amplio y completo, como el imperio de la fuerza, nos daremos cuenta de que todos, hombres y mujeres, hemos abusado de nuestra posición de fuerza en alguna ocasión.
Pero juntos podemos ser más conscientes… juntos podemos abandonar ese modelo concebido ad hoc para soportar todo tipo de discriminaciones positivas «siniestro oxímoron como pocos», donde unas son víctimas por definición y otros abusadores hasta que se demuestre lo contrario.
Juntos, abandonando ideas de corte político tan inflamadas como la de patriarcado, haciendo una lectura más sosegada y ponderada del problema, juntos… podemos construir una sociedad más justa, más amable, más sensible y menos enfrentada.
Onvre Deconstruido








