Cómo los colectivistas de todo pelaje, desde socialistas a nacionalistas, venden como virtudes el linchamiento del vecino y la esclavitud
Querido Rambo: agradecemos desde LA BANDERA que vuelvas a contactar en busca de asesoría sobre el patrón de comportamiento de los kamikazes colectivistas; es todo un honor.
En tu nueva epístola a este periódico solicitaste información para entender cómo es posible la destrucción deliberada de la civilización occidental ante la pasividad, cuando no el aplauso, de las ignorantes víctimas de la misma, a la vez financiadoras de la edificación de su propio matadero.
En sociedades totalitarias o en plena deriva colectivista, querido Rambo, se puede pastorear a la población sin necesidad de tomar la calle con bandas de chekistas uniformados, porque le gente se dirige por sí misma a la jaula autoconvenciéndose de una supuesta libertad de elección.
Amigo Rambo, se trata de la naturaleza humana: tenemos grabado en los genes que la expulsión de grupo significa la muerte de inanición o en las fauces de depredadores y los colectivistas, llámese socialistas o nacionalistas, pervierten el instinto gregario para rebajar a hombres libres a la esclavitud… o algo peor.
¿Cómo se asume la miseria moral y material sin rebelarse?: Sólo basta destruir una sociedad hasta que la gente sienta temor de lo que piensen sus vecinos. Cruzada esa línea, buenas personas ya están listas para convertirse a su vez en chivatos, acosadores e incluso participantes del linchamiento del prójimo.
‘No esperamos volver vivos’: diarios de kamikazes
Un libro que me cambió la vida describe los efectos del miedo al señalamiento: “No esperamos volver vivos”. Se trata de un recopilatorio de cartas y diarios de pilotos kamikazes y soldados japoneses durante la Segunda Guerra Mundial que relata a su pesar cómo se suicidó Japón al completo, aunque por fortuna se reinventó después.
El libro rezuma verdad, porque los militares del frente confiaban las misivas a compañeros que volvían de permiso a su ciudad, y estos las entregaban en mano a sus familias sin pasar por la censura militar.
Sinceridad, hasta cierto punto, porque tampoco iba a relatar a su madre un soldado, un tipo normal antes de la guerra, cómo participó en la masacre de Nankín o en las violaciones grupales. No obstante, también se intuye el dolor de algún militar que vuelca en su diario el proceso de pérdida de su humanidad, de su alma, porque maltrató a un viejo aldeano chino sin razón alguna, sólo por evitar que los compañeros lo señalen y meterse en líos.
Tampoco hay que olvidar que, en una sociedad marcada en esa época por el colectivismo nacionalista y racista, con un indisimulado desprecio hacia el resto de asiáticos y occidentales, parte de esa población aceptaba las atrocidades o, a sabiendas de que algo no encajaba en la propaganda oficial, dirigía su pudorosa mirada hacia otro lado.
Kamikazes por vergüenza
Cartas y diarios de los famosos kamikazes ofrecían también múltiples facetas, más allá del oriental fanatizado gritón de las películas. Entre los pilotos sí que se ajustaba alguno a semejante tópico -me llamó la atención un iluminado que además era cristiano-. Otros jóvenes eran, por el contrario, voluntarios forzosos y maldecían su suerte, pues no podían renunciar a su suicidio para que no cayera la vergüenza sobre sus familiares, convertidos en parias por sus propios vecinos y las autoridades.
Se trataba de una perversión de un pasado samurái, idealizado hasta la caricatura por los nacionalistas para sus siniestros propósitos. Cualquiera que lea el cásico ‘Heike Monogatari’ descubrirá hasta qué punto diferían los verdaderos guerreros de la antigüedad (con toda su burricie, que la tenían) con lo que se inculcaba que debían ser su remedo en los japoneses de inicios del siglo XX.
¿Maldad Necesaria?
El nacionalismo japonés, tan asqueroso como el del resto de latitudes, se basa igualmente en la mentira, el falseamiento histórico, el señalamiento y la exigencia a la población del último sacrificio. En ese sentido, los nacionalistas vendían como gloriosa la inmolación colectiva, un auto genocidio frente a una previsible invasión estadounidense.
¿Sabes en qué nos parecemos, Rambo? Yo tampoco he aspirado nunca a ganar un concurso de popularidad con mis opiniones, por eso me apetece despedirme con un dato muy molesto al respecto:
Los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki no los protagonizaron dos súperfortalezas Boeing B-29 solitarias, una por ciudad, sino una pequeña escuadra. Es bien conocido el bombardero ‘Enola Gay’, que lanzó la bomba en Hiroshima, pero le acompañaban un segundo B-29 con instrumentos de medición, el ‘Great Artiste’, y un tercero que plasmó en cámara las imágenes del horror: el ‘Neccesary Evil’; no parece casualidad semejante nombre.








