El feminismo es peor que el machismo. Es peor, porque todos rechazamos el sexismo machista… pero el sexismo feminista goza del siniestro aplauso de unos y del silencio cómplice de otros.
Así reza el tuit que introduce el vídeo Sexismo feminista: una recopilación de manifestaciones de presentadoras, periodistas, políticas y activistas (signifique lo que signifique eso) intentando vejar, insultar y demonizar al sexo masculino: a los hombres.
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Toda la inclusividad (ellos, ellas y elles, personas gestantes y peneportantes, progenitores, hijes y persones sintientes) se va por el retrete a la hora de criminalizar. Ellas, las feministas, no hablan de personas violentas o de criminales y «criminalas». Su dedo acusador de «El violador eres tú» señala a la mitad de la población del planeta, se extiende apuntando directamente… a los hombres. —¡Si criticas al feminismo vas en contra de las mujeres! —Bueno… eso no es que sea una mentira, es que es una falacia como un piano. A diferencia del feminismo, aquí no tenemos ningún problema con las mujeres. Son tan capaces de virtuosismo y de miseria como los hombres. A nadie cabal se le ocurriría señalar a «las mujeres» como el feminismo hace con «los hombres».
Lo que sí venimos a señalar es a una ideología que siempre ha sido de corte político, sesgada, parcial y, como aquí demostraremos, netamente sexista. —¡Pero las mujeres hemos sido discriminadas y hemos tenido menos derechos que los hombres! —Absolutamente cierto. (De hecho, añadiría que aún hoy en ciertas culturas, que curiosamente muchas feministas parecen defender, sigue siendo así).
Pero ese hecho no hace del feminismo un movimiento que promueva la igualdad. Veámoslo: ¿Qué duda cabe de que los obreros fueron explotados y muchos de sus derechos vulnerados? ¿Qué duda cabe de que algunos empresarios y propietarios abusaron de su posición de fuerza? ¿Qué duda cabe de la legitimidad de las organizaciones obreras para intentar frenar y revertir dichos abusos? Pero… ¿eso hace del comunismo un sinónimo de justicia e igualdad? ¿Eso hace del comunismo una ideología «buena»?
Dicho de otro modo: La realidad ineludible de la ofensa no hace del movimiento-reacción algo bueno per se. O ¿acaso me dirás, 120 millones de muertos después, que el comunismo es algo bueno? Y aquí es donde entra la típica respuesta de todo buen revolucionario. —Tienes que leer más. Te falta calle y mucha cultura. No puedes hablar de «el comunismo» generalizando de ese modo. Lo que se ha aplicado hasta hoy no es comunismo de verdad, «el comunismo bueno». —¡Ahhh! ¡Que el que se ha aplicado no es el bueno! Ok, ok.
¿Qué te parece si seguimos probando? Igual con otros 120 millones de muertos damos con el comunismo bueno de verdad, el auténtico fetén.
Algo muy parecido sucede con el feminismo. No importa cuán sexistas y discriminatorias sean sus políticas. Siempre habrá una feminista argumentando que ese feminismo no es el verdadero, que el suyo, el radfem o el liberal o el interseccional o el marxista o el separatista o el transfeminista o el abolicionista… es, en realidad, el «feminismo bueno». Pero tras años estudiando el fenómeno solo cabe una conclusión: Nunca, ni ahora ni en sus inicios… jamás existió un feminismo que no fuera sesgado, que no fuera parcial… en definitiva, que no fuera sexista. Nos han machacado tanto con la cantinela de la igualdad que decirlo resulta polémico y encuentra resistencia incluso en ciertos sectores de «la derecha».
Pero es así: el feminismo ¡siempre ha sido un movimiento sexista! Eso no es ni bueno ni malo, simplemente es verdad. —¿Siempre ha sido sexista? —Sí… analicémoslo: La izquierda sabe bien que pensamos con palabras; por lo tanto, sabe que quien domine las palabras, dominará los pensamientos de la gente. No en vano la RAE es otra institución colonizada por el PSOE. La definición de feminismo ha cambiado con el tiempo y la van adaptando poco a poco a la imagen que pretenden instalar en la conciencia colectiva. Los diversos cambios están alineados con un objetivo; encajar la pieza triangular en el orificio redondo; forzar la palabra feminismo para convertirla en una suerte de sinónimo de la palabra igualdad. Veamos los principales cambios. En los años 20: Doctrina social favorable a la mujer, a quien concede capacidad y derechos reservados antes a los hombres.
En torno a 1992 añadieron esta acepción: Movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para los hombres. La actual borra todo rastro de la expresión «doctrina favorable a la mujer» y pone en primer plano el término igualdad, intentando crear de un modo más intenso la equivalencia entre esas dos palabras: Principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre. Pero en ese intento de encauzar las palabras en pro de sus intereses, esto es, transformar la palabra feminismo en un sinónimo de igualdad, han pasado por alto un pequeño detalle… que la palabra igualdad también está en la RAE y tiene su propia definición: Principio que reconoce la equiparación de todos los ciudadanos en derechos Y OBLIGACIONES.
¡Sorpresa! El feminismo reclama los mismos derechos, pero nunca, en ninguno de sus cambios ni en ninguna de sus acepciones, ni en la teoría ni en la práctica, ha reclamado las mismas obligaciones. Ergo, jamás ha buscado la igualdad, al menos no la igualdad completa en todos sus derechos y todas sus obligaciones.
Cuando se permitía salir de Ucrania a mujeres y niños pero los hombres eran obligados a quedarse a morir, el feminismo jamás alzó la voz por la lucha de la equiparación en esas obligaciones. Y aquí entra en escena la triste realidad: cuando quieres todos los derechos pero no todas las obligaciones no quieres igualdad… lo que quieres son privilegios. Y esos privilegios se deben a una lectura parcial del problema, tienen un sesgo, es decir, son intrínsecamente sexistas.
—Ok, te compro lo de que el feminismo discrimina e incluso lo de que no busca la igualdad… pero eso es porque «igualdad» es un término superado, amigo. Lo que busca ahora el feminismo es la «igualdad real», la «igualdad efectiva», es decir, la «equidad». Y si queremos alcanzar la equidad hay que discriminar positivamente. Sí, has leído bien. «Discriminación positiva». Como la discriminación del feminismo es tan evidente que no se puede negar, le ponemos el apellido «positiva» y listo, «arreglao». Es justamente por ese motivo por el que el feminismo siempre funciona con «apellidos»: debido a sus insondables agujeros argumentales, jamás podrá trabajar con valores absolutos.
Sus conceptos siempre deberán estar acompañados de un apellido que los haga relativos. ¿Relativos a qué? A una determinada perspectiva, a un modo concreto de enfocar las cosas: igualdad «efectiva», violencia «machista», discriminación «positiva», … Nunca trabajará sobre un valor absoluto; jamás estará en contra de «la violencia» a secas. Porque eso implicaría estar en contra de toda la violencia, también la que ejercen las mujeres, y eso es algo que la perspectiva feminista no puede ni contemplar. Llegados a este punto, el de la discriminación positiva, no cabe discusión sobre el hecho de que las políticas feministas tienen un sesgo, lo que han venido a llamar «perspectiva», pero de un modo sibilino aquí se introduce el concepto de género.
Se introduce para tapar el hecho de que, en realidad, la perspectiva, es decir, el sesgo, es por sexo. El eufemismo «perspectiva de género» es un modo de evitar la palabra sexismo. ¡Son hombres! ¡Son hombres! ¿Recordáis? —¡Eso no es cierto! La perspectiva no es sexista, ¡es de género! La propia palabra lo dice. —Bueno… ¿tú has escuchado alguna vez a una feminista decir que los agresores son personas de género masculino? ¿No, verdad? Dicen que los agresores son ¡hombres!, te invito de nuevo a ver el vídeo Sexismo feminista. Date cuenta de que si dijeran lo primero, también estarían metiendo en el saco de «agresores» a mujeres biológicas, algo que el feminismo, como ya hemos comentado, no puede ni contemplar. Así que sí, el sesgo es por sexo, es sexista.
¿Pero con semejantes sesgos, perspectivas y discriminaciones, cómo se ha conseguido asimilar la palabra igualdad al feminismo? Ay amigo… con el patriarcado hemos topado.
Una vez disipada la tinta de calamar de «el feminismo plural» o «los muchos feminismos», desvelada la discriminación por sexo que subyace en todos ellos… la supuesta búsqueda de la igualdad hace aguas, el castillo de naipes se tambalea y el argumentario parece colapsar. Pero toda buena mentira, todo decorado, todo finísimo trampantojo tiene una subestructura que lo sustenta. Y es aquí cuando acude al rescate la falacia que todo lo puede, el subargumento que soporta todo sesgo y discriminación: el patriarcado. Pero si nos fijamos bien esa historia está contada al revés: El concepto de patriarcado fue redefinido en 1970 por una autora feminista, entre idas y venidas del psiquiátrico (literal).
Y dicho término redefinido es muy posterior a las premisas feministas. Es decir, no es la razón de sus sesgos; es la justificación ad hoc, es la excusa. Es el relato que han armado para encajar todas sus «discriminaciones positivas» y perspectivas peregrinas. No fue una suerte de conjura patriarcal lo que nos ha traído hasta aquí, solo hay que poner un documental de La 2 para ver que los animales que se reproducen sexualmente generalmente presentan dimorfismos que dan lugar a una especialización de los sexos aparejada a una distribución particular del «poder». Sucede así en el reino animal y nos sucede también a nosotros. No vivimos bajo un patriarcado, vivimos bajo una ley universal que trasciende nuestra especie: la ley del más fuerte, lo que podemos denominar «el imperio de la fuerza».
Adjunto el artículo que expone el concepto de «el imperio de la fuerza» y que os invito a leer:
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Será en un tercer artículo donde expondré la tesis de que a pesar de toda la animadversión dirigida contra el hombre, las mujeres son las principales perjudicadas por esa ideología que ya no es más que un arma política de control y división. Solo daré una pincelada con una pequeña reflexión. Alguien que quiere a una mujer… a su hermana, a una amiga… una madre que ama a sus hijas… jamás querría que estas volvieran solas y borrachas a casa. El feminismo no defiende a las mujeres. Las utiliza.
Onvre Deconstruido








