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17-A: Ocho años después, las víctimas siguen solas mientras los políticos se reparten la foto y el independentismo manipula el dolor

Hoy, ocho años después de los atentados islamistas que golpearon el corazón de Barcelona y Cambrils, la Rambla volvió a convertirse en un escenario de silencio, flores y lágrimas. Pero detrás de la emoción sincera de las familias y de los ciudadanos, volvió a quedar al descubierto una realidad que avergüenza a toda España: las víctimas del 17-A siguen abandonadas, los políticos continúan usando la tragedia como escaparate y el independentismo convierte cada aniversario en un arma contra la nación.

El homenaje de este domingo en el mosaico de Joan Miró, en el Pla de l’Os, volvió a ser solemne. Hubo un minuto de silencio, un violonchelista interpretó el Cant dels Ocells y las autoridades ocuparon sus puestos en primera fila. Pero el respeto formal de las instituciones no pudo tapar la hipocresía que denuncian las víctimas. Una vez más, la clase política se acordó de ellas solo para la foto, mientras durante el resto del año las deja libradas a su suerte.

Víctimas olvidadas, instituciones ausentes

Robert Manrique, portavoz de las asociaciones de víctimas, lo repitió con claridad: Cataluña sigue sin una oficina de atención a víctimas de terrorismo —cerrada en 2012 y jamás reabierta—, y no existe una ley autonómica que garantice derechos básicos a quienes lo han perdido todo. Ocho años después, ni la Generalitat ni el Gobierno central han puesto en marcha un verdadero sistema de apoyo psicológico, jurídico o social.

Las familias han tenido que reconstruir sus vidas en soledad, sin acompañamiento. Muchos han quedado marcados por secuelas físicas, otros por un dolor psicológico insoportable. “Nos utilizan una vez al año, pero el resto del tiempo estamos solos”, denunciaba una de las víctimas. Una frase que retrata el abandono.

El independentismo: usar el dolor para atacar a España

Lo más indignante volvió a producirse a pocos metros del homenaje oficial. Allí, alrededor de un centenar de independentistas desplegaron esteladas y gritaron consignas como “Estado español asesino” o “CNI culpable”. En lugar de condenar con firmeza al terrorismo islamista —el verdadero responsable de la masacre—, el separatismo volvió a manipular el dolor de las víctimas para cargar contra España.

Ese es el patrón que se repite cada año: el independentismo utiliza el aniversario para victimizarse, sembrar odio contra la nación y alimentar su relato. Nunca para recordar a los 16 asesinados, nunca para exigir justicia contra los yihadistas. Y lo hacen con total impunidad, sin respeto por los muertos ni por los heridos. Una afrenta que debería sonrojar a cualquier demócrata.

Las sombras sobre el Estado y el imán Es Satty

Pero más allá de los homenajes y de la manipulación política, persiste un interrogante que ni el Gobierno ni la comisión parlamentaria han querido despejar: el papel del imán Abdelbaki Es Satty. El cerebro de la célula de Ripoll, que murió en la explosión de Alcanar, tenía antecedentes por yihadismo, había estado en prisión y, según diversas informaciones, mantenía vínculos con el Centro Nacional de Inteligencia (CNI).

La pregunta es inevitable: ¿qué sabía el Estado sobre este islamista radical? ¿Cómo pudo adoctrinar a jóvenes sin control alguno? ¿Por qué no se compartió información que podría haber evitado la tragedia? Ocho años después, las víctimas siguen sin respuesta. Y cada silencio oficial aumenta la desconfianza de los ciudadanos.

España dividida, víctimas humilladas

El aniversario del 17-A refleja con crudeza la situación actual de España: una nación que recuerda con dignidad, pero gobernada por instituciones que se desentienden de sus ciudadanos. La Rambla volvió a llenarse de flores, sí, pero también de contradicciones: familias que claman justicia, políticos que posan para las cámaras, independentistas que insultan a España y preguntas que nadie responde.

El 17 de agosto debería ser una jornada de unidad nacional, una fecha para cerrar filas frente al terrorismo y para honrar a quienes lo sufrieron. En cambio, se ha transformado en una exhibición de división, manipulación y abandono. Mientras los partidos se pelean por la medalla y el independentismo convierte la tragedia en un mitin, las víctimas siguen siendo las grandes olvidadas.

Una deuda pendiente con España entera

España no puede permitirse seguir ignorando a quienes lo perdieron todo en el 17-A. El islamismo radical sigue siendo una amenaza real, pero nuestras instituciones prefieren mirar hacia otro lado. Ocho años después, las familias siguen esperando apoyo real, transparencia y justicia.

La conclusión es clara: o España decide de una vez honrar a sus víctimas con hechos, o continuará atrapada en la vergüenza del abandono y la manipulación política. El terrorismo islamista golpeó el corazón de Barcelona, pero lo que humilla a las víctimas cada año es la indiferencia de las instituciones y el uso miserable de su dolor.

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