La máxima responsable del cuerpo acudió con un conjunto pijamero a un homenaje a los caídos en acto de servicio
No fue un montaje ni una broma de internet: la directora general de la Guardia Civil, Mercedes González Fernández, apareció en un acto solemne en Madrid con un conjunto pijamero verde. La escena, en principio discreta, se volvió viral y ha desatado una ola de críticas sobre el desdén institucional y la pérdida del sentido del respeto en los símbolos del Estado.
El homenaje, celebrado el 3 de noviembre y dedicado a los agentes fallecidos en acto de servicio, exigía sobriedad, protocolo y solemnidad. Sin embargo, la imagen de la directora de la Guardia Civil en pijama eclipsó por completo el significado del acto.
Una institución con siglos de historia, rebajada a un experimento estético
El uniforme —símbolo de disciplina, servicio y entrega— fue sustituido por un conjunto de apariencia doméstica, con tejidos satinados y caída relajada. En redes sociales, muchos calificaron la escena de “bochornosa” y “fuera de lugar”. Otros fueron más lejos y la consideraron un reflejo de la degradación simbólica que sufre la Guardia Civil bajo el actual Gobierno.
“No hay autoridad sin imagen, ni respeto sin decoro”, resumía un usuario en redes, recogiendo el sentir general.
El atuendo, de tono verdoso, pretendía quizá hacer guiños al color del cuerpo, pero terminó interpretándose como una burla involuntaria a la institución.
De la solemnidad al esperpento
Los actos de homenaje a los agentes caídos siempre se han caracterizado por la solemnidad y el máximo respeto. En cambio, esta vez el protagonista fue el look de la directora, que opacó a las familias, los honores y las medallas.
El problema, sin embargo, va más allá de una prenda: es una cuestión de representación. Quien encarna una de las instituciones más respetadas del Estado no puede hacerlo como si acudiera a un desayuno informal o a una sesión de fotos de revista.
Y es que la vestimenta no solo comunica, también jerarquiza. Cuando quien debe imponer respeto aparece sin él, el mensaje se distorsiona.
Un síntoma del desorden institucional
Lo ocurrido con Mercedes González no es un caso aislado. Se enmarca en una tendencia creciente a diluir la autoridad y relativizar los símbolos del Estado. La Guardia Civil, cuerpo que encarna disciplina y honor, se ve así arrastrada a una narrativa donde la estética pesa más que el deber.
En ese sentido, no sorprende que desde hace meses se acumulan polémicas en torno al papel político que el Gobierno otorga al cuerpo. Basta recordar casos recientes como:
- El Gobierno usa a la Guardia Civil contra quienes increparon a Sánchez mientras huía de Paiporta
- Carpetazo del Supremo: los mandos de los guardias civiles asesinados en Barbate se libran del banquillo
Ambos ejemplos refuerzan la sensación de politización y pérdida de independencia del cuerpo, ahora acompañada de una puesta en escena impropia de su historia.
¿Descuido, mensaje o desprecio?
El gesto de González ha abierto un debate interno: ¿fue un error de protocolo, un intento de modernizar la imagen del cuerpo o simplemente una muestra de desconexión con la institución que representa?
En cualquiera de los casos, el daño ya está hecho. El atuendo elegido ha sido interpretado como una falta de respeto a los agentes caídos, un gesto frívolo en un contexto que exigía todo lo contrario: sobriedad, respeto y honor.
La estética del poder… sin poder
España vive una época donde los símbolos institucionales se diluyen entre gestos de frivolidad. La directora de la Guardia Civil en pijama es más que una anécdota: es el reflejo de un Estado que ha perdido el sentido de la forma, y con ello, parte del fondo.
Cuando la imagen de quien debe representar autoridad genera burla en lugar de respeto, el problema no es de moda: es de Estado.









Vie 07 noviembre 2025 @ 11:12
Para coserla a porrazos. Escoria.