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El presidente ruso se jacta desde Moscú de la incapacidad de los 27 para confiscar los activos congelados advirtiendo de un «atraco a plena luz del día»

La impotencia de la Unión Europea ha quedado una vez más al descubierto, y esta vez el escenario ha sido la rueda de prensa anual de Vladimir Putin. Con una sonrisa socarrona, el mandatario ruso ha celebrado el fracaso de los líderes europeos en su intento de utilizar los 210.000 millones de euros de fondos rusos congelados para financiar a Ucrania. Lo que Bruselas vendió como una «reparación de guerra» justa, Moscú lo califica simplemente como robo, y no cualquiera, sino un «atraco a plena luz del día».

La realidad es que la UE se ha topado con su propio muro legal. La falta de consenso entre los estados miembros y el miedo a desestabilizar el euro han paralizado la confiscación directa. En su lugar, han optado por un sistema de préstamos avalados por los intereses de esos fondos, una solución de ingeniería financiera que Putin desprecia pero que demuestra que Europa no se atreve a cruzar la línea roja de la propiedad estatal por miedo a las represalias.

Un golpe a la credibilidad del euro

Putin no solo se ríe política, sino económicamente. Ha advertido que cualquier intento de tocar el capital principal destruirá la confianza de los inversores internacionales en la eurozona. «Si roban nuestro dinero, ¿quién confiará en sus bancos mañana?», es el mensaje que lanza al Sur Global. Y parece que funciona: mientras Europa duda, Rusia sigue vendiendo su petróleo y gas reorientando su economía hacia Asia, demostrando una resiliencia que los tecnócratas de Bruselas aseguraban que era imposible.

La «unidad europea» se resquebraja cuando hay dinero de por medio, y el Kremlin lo sabe y lo explota en cada aparición pública.

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Europa prometió hundir la economía rusa, pero a finales de 2025, es Putin quien da lecciones de economía desde el Kremlin mientras Bruselas sigue buscando la manera de pagar sus promesas.

La escena no es menor ni anecdótica. Que el presidente ruso aproveche una comparecencia pública para burlarse abiertamente de la incapacidad europea revela hasta qué punto el pulso financiero se ha convertido en un campo de batalla político. Vladimir Putin no habla solo para consumo interno: su mensaje va dirigido a los mercados, a los países no alineados y, sobre todo, a una Unión Europea que prometió mucho más de lo que está dispuesta —o es capaz— de ejecutar.

La congelación de más de 210.000 millones de euros en activos rusos fue presentada como un golpe histórico. Pero tres años después, ese dinero sigue intacto. No se confisca, no se toca y, sobre todo, no se convierte en el arma económica que Bruselas anunció. Putin lo sabe y lo utiliza para erosionar la narrativa occidental.

Por qué la Unión Europea no se atreve a confiscar los activos rusos

El principal obstáculo no es político, sino jurídico y financiero. La UE carece de un marco legal sólido que permita apropiarse de activos soberanos sin sentar un precedente peligroso. Confiscar el capital principal supondría abrir la puerta a litigios internacionales, represalias cruzadas y una pérdida de confianza en el sistema financiero europeo.

Países como Alemania, Francia o Italia temen que el euro salga más dañado que Rusia. Y ese miedo paraliza cualquier decisión real. La “unidad europea” se diluye cuando el coste potencial afecta a los propios cimientos del sistema.

El mensaje de Putin al Sur Global y a los inversores internacionales

Cuando Putin habla de “atraco a plena luz del día”, no está improvisando. Está construyendo un relato dirigido a Asia, África y América Latina: Europa no respeta la propiedad si le conviene. El objetivo es claro: sembrar dudas sobre la seguridad jurídica de los bancos europeos y reforzar la idea de que Occidente usa las reglas solo cuando le benefician.

Este discurso cala especialmente en economías emergentes que observan con atención cómo se trata el dinero de un Estado enemigo. Hoy es Rusia; mañana podría ser cualquiera.

Préstamos, intereses y contabilidad creativa: la solución que nadie celebra

Ante la imposibilidad de confiscar el capital, Bruselas ha optado por una vía intermedia: utilizar los intereses generados por esos activos para avalar préstamos a Ucrania. Es una solución técnicamente legal, pero políticamente débil. No satisface a Kiev, no intimida a Moscú y refuerza la imagen de una Europa que no se atreve a cruzar su propia línea roja.

Putin desprecia abiertamente esta fórmula porque confirma su tesis: Europa no manda, gestiona el miedo.

El euro, en el punto de mira

Uno de los avisos más serios del Kremlin tiene que ver con la credibilidad del euro como moneda refugio. Si la UE confisca activos soberanos, el mensaje al mundo sería devastador para la confianza financiera. Y eso explica por qué, pese a la retórica, nadie se atreve a dar el paso definitivo.

Mientras tanto, Rusia ha reorientado su economía hacia Asia, ha mantenido sus exportaciones energéticas y ha sobrevivido a unas sanciones que, según Bruselas, debían hundirla. Esa resiliencia es otro argumento que Putin explota con evidente satisfacción.

Europa promete, Rusia se adapta

La paradoja es evidente. Europa prometió asfixiar a Rusia económicamente, pero termina atrapada en sus propias normas. Rusia, por el contrario, ha demostrado una capacidad de adaptación que muchos expertos europeos descartaban. Cada comparecencia de Putin refuerza la idea de que la guerra económica no se gana solo con sanciones, sino con coherencia y determinación.

Hoy, desde Moscú, el presidente ruso no solo se burla: da una lección incómoda sobre poder real frente a poder declamado.

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