La investigación sobre la muerte del niño de cuatro años en Almería ha dado un giro decisivo. El informe preliminar del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses ha descartado con rotundidad que el menor sufriera cualquier tipo de agresión sexual, desmontando así las hipótesis más graves que circularon en redes sociales y en determinados espacios mediáticos durante los primeros días del caso.
La conclusión forense supone un punto de inflexión: no hay indicios de abuso, ni lesiones compatibles con una agresión, ni signos que respalden el relato criminal que se difundió de forma precipitada. La ciencia, por fin, ha puesto límites al ruido.
La toxicología cambia el enfoque de la investigación
El análisis de las muestras biológicas recogidas durante la autopsia apunta ahora a una causa de muerte accidental, compatible con una intoxicación o una reacción adversa, aunque los detalles concretos permanecen bajo secreto de sumario.
Esta reserva de información no responde a opacidad, sino a una doble necesidad: proteger la investigación judicial y respetar a la familia del menor, que ha sufrido una exposición pública extrema en uno de los momentos más devastadores posibles.
Lo que sí es firme es el mensaje de los forenses: no existe base científica para hablar de agresión sexual.
La pareja sudamericana de la madre del niño asesinado en Almería lo violó y golpeó hasta la muerte
Del horror al dato: cuando la ciencia desmonta el relato
Durante días, el caso fue tratado como un crimen atroz. Se construyó un relato de horror que se propagó con rapidez, alimentado por especulaciones, titulares irresponsables y juicios emocionales sin respaldo probatorio.
El informe de toxicología desmonta ese marco narrativo. No elimina la tragedia —un niño ha fallecido—, pero sí aclara algo esencial: no todo fallecimiento infantil es un crimen, y no toda sospecha inicial resiste el contraste científico.
Este giro devuelve el caso al terreno que nunca debió abandonar: el de la investigación técnica y judicial, no el del linchamiento público.
El peligro real: los juicios paralelos
Más allá de la causa concreta de la muerte, este caso ha vuelto a evidenciar un problema grave: los juicios paralelos. Antes de que hablara la ciencia, ya se habían dictado condenas sociales, señalado culpables y destruido reputaciones.
La presión sobre la familia y el entorno fue brutal, con consecuencias emocionales que no se borran con un desmentido posterior. La presunción de inocencia quedó arrasada en cuestión de horas.
Cuando la justicia tarda días en investigar, pero las redes tardan segundos en condenar, el daño ya está hecho.
Qué investiga ahora la Justicia
Con el componente criminal descartado en lo relativo a una agresión sexual, la investigación se centra ahora en esclarecer con precisión las circunstancias del fallecimiento:
qué sustancia estuvo implicada, cómo se produjo la reacción y si existió algún fallo de supervisión o una cadena de errores no intencionados.
Se trata de un proceso complejo, técnico y delicado, que exige prudencia. No es un crimen, pero sí una tragedia, y cada detalle importa para evitar que vuelva a repetirse.
Cuando el silencio de la ciencia llega tarde
Este caso deja una lección incómoda pero necesaria: la verdad forense no siempre llega a tiempo para frenar el daño social. Una vez lanzada la acusación, el desmentido nunca tiene el mismo alcance.
La justicia debe actuar con pruebas.La sociedad debería aprender a esperar. Y los medios, recordar que informar no es amplificar rumores.
Porque cuando la ciencia habla, no hay marcha atrás para quienes ya fueron señalados sin pruebas.












