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El bloqueo regulatorio de Occidente regala la tecnología de Roomba al gigante asiático

Es la crónica de un desastre anunciado y un ejemplo de manual de cómo el intervencionismo estatal acaba destruyendo lo que dice proteger

iRobot, la mítica empresa creadora de la Roomba y pionera de la robótica doméstica occidental, se ha declarado en bancarrota. ¿El motivo? Una «tormenta perfecta» provocada por el bloqueo de los reguladores a su compra por parte de Amazon y la competencia desleal de marcas chinas.

La paradoja es sangrante: la Comisión Europea y la FTC estadounidense bloquearon la adquisición de iRobot por Amazon alegando problemas de competencia. El resultado de esa «protección» del mercado es que ahora iRobot está quebrada y va a pasar a manos de Picea Robotics… una empresa controlada por capital chino. ¡Bravo, burócratas! Habéis conseguido entregar una joya tecnológica occidental a China en bandeja de plata.

Regulaciones que matan empresas

Amazon iba a inyectar 1.400 millones de dólares para salvar e impulsar iRobot. Los reguladores dijeron «no». iRobot se quedó con una deuda monstruosa de 190 millones y sin capacidad de maniobra. Mientras tanto, rivales chinos como Ecovacs o Roborock inundaban el mercado con copias más baratas (a menudo subvencionadas o producidas con costes laborales irrisorios), erosionando los márgenes de la empresa estadounidense.

Para colmo de males, la política arancelaria de EE.UU. hacia Vietnam (donde iRobot fabricaba para evitar China) disparó sus costes. Es el absurdo absoluto: Occidente se dispara en el pie con regulaciones asfixiantes mientras China juega con sus propias reglas y se queda con todo.

Como ya informamos sobre los beneficios de la desregulación en Argentina, cuando el Estado se mete a jugar a empresario o a «planificar» el mercado, el resultado suele ser la ruina. Aquí tenemos la prueba: una empresa líder destruida por quienes decían defender la libre competencia.

El usuario final, en manos chinas

La compañía asegura que para el usuario «todo seguirá igual», pero la realidad es que la tecnología, las patentes y los datos de millones de hogares occidentales acaban de cambiar de dueño. La privacidad y la soberanía tecnológica vuelven a ser las grandes perdedoras de esta batalla.

Es una lección que Europa y EE.UU. deberían aprender rápido: o dejamos que nuestras empresas crezcan, se fusionen y compitan libremente, o acabaremos siendo meros consumidores de tecnología china, pagando con nuestros datos y nuestra dependencia.

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