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EUFEMISMOS

Decía Platón que «El precio de desentenderse de la política es ser gobernado por los peores hombres.» Y no le faltaba razón, miren si no lo que tenemos metido en la cocina: Ábalos, Koldo, “Puchimon”.

La normalización de lo indigno en la sociedad

El declive moral de una sociedad no se mide por las grandes catástrofes, sino por la normalización de lo indigno, como pagarle el pisito a una novieta con dinero público. Se mide también por el silencio cómplice ante lo que debería ser intolerable, como llamar salto tecnológico al Rearme de Europa.

Cuando el poder deja de estar al servicio del pueblo y se convierte en un refugio de privilegios, abusos e impunidad, ya no es solo la política la que se corrompe, sino la fibra misma de la sociedad, ese tejido que se hila con gran alaraca en los textos constitucionales, pero que luego sirve para lo que sirve.

La política: un teatro de apariencias

La política, que debería ser un ejercicio de responsabilidad y servicio, se ha convertido en un teatro de apariencias donde los valores han sido sustituidos por el cálculo frío del beneficio personal. No hay más que ver los cambios de look de nuestra Yoli Poli para comprender el asunto.

Se crean leyes sin rigor, sin ética y sin un verdadero sentido de la justicia, no con el propósito de proteger al ciudadano, sino con la intención de salvaguardar intereses. Y si eso implica que salgan agresores sexuales de la cárcel, pues decimos mucho feminismo y santas pascuas.

La impunidad y el uso del eufemismo

Se cometen atrocidades a plena luz del día, pero si se encuentran las palabras adecuadas para maquillarlas, el escándalo se disuelve en la indiferencia de la rutina informativa. Se llama eufemismo, y es la esencia de nuestra política.

El problema no es solo que quienes detentan el poder abusen de él, sino que la sociedad ha aprendido a tolerarlo. Las instituciones ya no son guardianes del orden y la justicia, sino estructuras diseñadas para proteger a quienes las controlan.

El golpe a la democracia

Cada error procesal que deja en libertad a un criminal de traje y corbata, cada ley mal hecha que da oxígeno a los peores depredadores, cada desvío de dinero público para saciar los placeres de los que se creen dueños del país, es un golpe al corazón de lo que debería ser la democracia.

Cuando el sistema protege al verdugo y castiga a la víctima, cuando los ciudadanos ven que las reglas solo existen para unos pocos mientras otros quedan al margen de la ley, la sociedad entera queda huérfana de esperanza.

¿Qué pasa cuando la justicia es un privilegio?

Surge por tanto la pregunta inevitable de qué es lo que pasa cuando la justicia deja de ser un principio y se convierte en un privilegio de los poderosos.

Y lo que pasa, no lo duden, es lo mismico que está pasando en España.

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