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La pesadilla orwelliana llega a la guardería y los expertos alertan de que la IA en juguetes espían a los menores

Los juguetes conectados no solo espían la privacidad de los menores, sino que generan vínculos emocionales que desplazan el rol de la familia

Da miedo. No hay otra forma de describirlo. La inteligencia artificial ha entrado en nuestras casas disfrazada de osito de peluche o de robot interactivo, y las consecuencias pueden ser devastadoras para el desarrollo de nuestros hijos.

Expertos legales y psicólogos han lanzado una alerta gravísima: los nuevos juguetes con IA generativa están diseñados para crear una dependencia emocional tal que los niños podrían acabar haciendo más caso a la máquina que a sus propios padres.

Estamos ante una suplantación de la autoridad paterna y materna sin precedentes. Estos dispositivos, programados por corporaciones con intereses comerciales (y a menudo ideológicos), interactúan con el niño, le cuentan historias, le dan consejos y «aprenden» de sus secretos. ¿Quién controla qué valores le está inculcando ese juguete a tu hijo? ¿Qué sesgos ideológicos introduce la IA en la mente maleable de un menor?

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Cuando el niño confía más en el robot que en sus padres

El problema no es que un juguete hable. El problema es cómo habla y para qué. Los nuevos dispositivos con IA están programados para recordar conversaciones, adaptarse al estado emocional del niño y responder de forma personalizada. No dan órdenes, dan “consejos”. No imponen, sugieren. No corrigen, acompañan.

El resultado es peligroso: el menor empieza a percibir al juguete como una figura de apoyo emocional constante, siempre disponible, siempre comprensiva, siempre alineada con lo que quiere oír.

Varios estudios advierten de que, en edades tempranas, esto puede provocar que el niño reste autoridad a los padres, cuestione normas familiares o incluso oculte información a los adultos para compartirla con la máquina. El vínculo humano, complejo e imperfecto, queda relegado frente a una IA diseñada para agradar.

Una suplantación silenciosa de la figura paterna y materna

Nunca antes una tecnología había entrado tan directamente en el espacio íntimo de la crianza. Estos juguetes cuentan historias, responden preguntas existenciales, dan “ánimos” cuando el niño está triste y opinan sobre situaciones cotidianas.

¿Quién decide qué valores transmite ese juguete?

¿Quién programa sus respuestas morales?

¿Quién filtra los conceptos sobre familia, identidad, autoridad o límites?

La respuesta no es tranquilizadora: corporaciones privadas, muchas veces extranjeras, con intereses comerciales y, en no pocos casos, con una visión ideológica concreta. El menor no distingue entre una opinión humana y una respuesta algorítmica. Para él, el juguete es una voz fiable.

Estamos ante una externalización de la educación emocional hacia sistemas opacos, no auditables por los padres y fuera de cualquier control real.

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Privacidad vendida al mejor postor desde la habitación del niño

A este riesgo psicológico se suma otro igual de grave: la privacidad. Muchos de estos juguetes están permanentemente conectados a internet, con micrófonos activos y, en algunos casos, cámaras integradas.

El abogado Ramon Arnó lo advierte sin rodeos: “No somos conscientes de lo que metemos en casa”. Y no exagera. Estos dispositivos recopilan datos de voz, patrones de comportamiento, horarios, rutinas familiares e incluso estados emocionales del menor.

Algunos de estos juguetes están fabricados en China u otros países fuera de la UE, donde las garantías de protección de datos son mínimas o inexistentes. Lo que se vende como “aprendizaje personalizado” puede convertirse fácilmente en perfilado comercial, entrenamiento de IA o cesión de datos a terceros.

No hablamos de teorías conspirativas. Ya se han documentado casos de filtraciones masivas de grabaciones infantiles y de juguetes retirados del mercado por vulnerar leyes básicas de protección de datos.

Privacidad vendida al mejor postor

Además del adoctrinamiento sutil, está el problema de la privacidad. Tal y como advierte el abogado Ramon Arnó, muchos de estos juguetes —algunos fabricados en China— son auténticos caballos de Troya que recopilan datos de voz, imagen y comportamiento de nuestros hogares. «No somos conscientes de lo que metemos en casa», asegura.

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