En el distrito de Nou Barris, ubicado en la periferia de Barcelona, se ha generado un intenso debate sobre la presencia del centro para menores no acompañados (Menas) situado cerca de la biblioteca Aurora Díaz. A medida que nos adentramos en barrios como La Guineueta y La Prosperitat, las opiniones de los vecinos se dividen, reflejando una creciente preocupación por la seguridad y el bienestar de la comunidad.
En La Guineueta, el malestar entre los residentes es evidente. “Nos da igual este lugar, pero se debería controlar mejor a estos menores”, comenta un vecino que ha sido testigo de comportamientos inquietantes en el parque cercano. Las denuncias sobre gritos y peleas nocturnas son una constante, generando un clima de inquietud entre los habitantes. La inseguridad se ha convertido en un tema recurrente en las conversaciones diarias, y muchos temen que su calidad de vida se deteriore. Una impactante anécdota de un vecino de Canyelles resalta la gravedad de la situación: su hija y sus amigas fueron abordadas por un grupo de jóvenes que, tras un intercambio desafortunado, terminaron siendo víctimas de insultos y robo. Este tipo de episodios plantea una pregunta crucial: ¿quién se hace responsable de estos menores si cometen delitos?
Mientras tanto, en el barrio de La Prosperitat, aunque existe un sector que aboga por la integración de estos jóvenes, la sensación de inseguridad también se hace notar. Algunos argumentan que los Menas han escapado de guerras y conflictos en sus países de origen y que merecen una segunda oportunidad, pero no se puede ignorar la creciente frustración de los vecinos que, a pesar de su empatía, se sienten amenazados. “Estamos pagando por su alojamiento, comida y educación, pero a cambio recibimos agresiones y robos”, señala un residente que teme por la seguridad de su familia y su comunidad.
La problemática de los Menas en Nou Barris es un reflejo de un problema más amplio que afecta a muchas comunidades en España. Mientras las autoridades siguen impulsando una política de acogida, los ciudadanos ven cómo su seguridad y su tranquilidad se ven comprometidas. Es inaceptable que, bajo la bandera de la solidaridad, se imponga una carga sobre los contribuyentes sin garantizar a cambio unas condiciones mínimas de convivencia pacífica. Los vecinos de Nou Barris, al igual que tantos otros en el país, han visto cómo la delincuencia ha aumentado, cómo sus calles han dejado de ser seguras y cómo el discurso buenista de ciertos sectores políticos choca con la realidad de los hechos.
Es imperativo que se adopten medidas contundentes. No se trata de demonizar a estos jóvenes, sino de establecer un marco legal y social que priorice la seguridad de los ciudadanos y el respeto a la ley. La impunidad con la que algunos actúan no puede seguir tolerándose. Los menores que delinquen deben ser reeducados, y aquellos que reincidan en actos delictivos deben ser deportados a sus países de origen o ingresados en centros de internamiento con una vigilancia real y efectiva.
Asimismo, es fundamental que se imponga un mayor control sobre la llegada de estos menores y que se evite la saturación de barrios que ya enfrentan problemas sociales y económicos. No puede ser que barrios obreros como los de Nou Barris, cuyos vecinos han trabajado toda su vida para tener un hogar digno, sean los que sufran las consecuencias de unas políticas migratorias irresponsables. Es necesario distribuir equitativamente estos centros y no concentrarlos en zonas vulnerables, condenando a los residentes a convivir con el miedo y la inseguridad.
El gobierno y las administraciones locales deben dejar de ignorar la voz de los ciudadanos. No se puede permitir que quienes pagan impuestos y cumplen con la ley sean los principales perjudicados por una gestión deficiente. Los políticos que defienden estas políticas de acogida deberían ser los primeros en garantizar que su aplicación no suponga un riesgo para la población. Si tanto creen en estos programas, ¿por qué no instalan estos centros en sus propios barrios, en lugar de relegarlos a las zonas más humildes?
Es hora de que la prioridad vuelva a ser el ciudadano, el vecino que ha construido su vida en Nou Barris y que merece vivir sin miedo. Las autoridades tienen el deber de escuchar y actuar en consecuencia, estableciendo medidas que protejan a la comunidad y restauren la paz en los barrios afectados. La seguridad y el orden deben prevalecer sobre discursos ideológicos que solo buscan perpetuar un modelo fallido de gestión migratoria. España necesita un cambio en su política de acogida, y ese cambio debe empezar por poner a sus ciudadanos en primer lugar.








