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El Parlament traiciona a los catalanes: 86 millones al año para ONGs extranjeras mientras miles de familias sobreviven en la miseria

Una bofetada institucional a los catalanes que más lo necesitan

Lo ocurrido esta semana en el Parlament de Cataluña no es una simple votación. Es un símbolo. Una señal clara y dolorosa de cómo las instituciones han dado la espalda a quienes más lo necesitan. La propuesta de VOX de suprimir los 86 millones de euros anuales destinados a cooperación internacional fue rechazada, y con ello, el mensaje fue claro: los catalanes de a pie no son la prioridad.

El dinero que podría usarse para reforzar hospitales colapsados, para evitar que nuestros mayores esperen meses por una operación, o para ofrecer un hogar digno a quienes hoy viven en sus coches, seguirá siendo transferido a proyectos sin fiscalización real, ejecutados por ONGs alineadas con agendas políticas que nada tienen que ver con la realidad catalana.

86 millones para fuera, cero soluciones para dentro

Durante el pleno, el diputado Alberto Tarradas de VOX trazó un diagnóstico directo y demoledor: “Estamos ante una de las políticas más injustificadas, opacas y ofensivas”. No le falta razón. La Generalitat destina anualmente una cantidad desorbitada al modelo de cooperación internacional —86 millones de euros— mientras la red de servicios sociales catalana hace aguas por todas partes.

¿A dónde va ese dinero? A convenios firmados con agencias externas, a ONGs cuya gestión nadie audita públicamente, y a campañas de propaganda sobre “justicia global” sin datos ni resultados tangibles. Todo esto ocurre mientras hay barrios enteros donde la Generalitat ni aparece y miles de familias siguen esperando ayudas que nunca llegan.

Gerard y su madre: el rostro de la Cataluña olvidada

El caso que expuso Tarradas no es un ejemplo aislado, pero sí desgarrador. Gerard, un trabajador con contrato, y su madre enferma crónica, necesitan un respirador para sobrevivir. Llevan ocho años esperando una vivienda pública. La respuesta de los servicios sociales ha sido tan simple como brutal: “que ocupen una vivienda vacía”.

Esta familia catalana vive en un coche. No porque sean antisistema. No porque hayan tomado malas decisiones. Sino porque, simplemente, el sistema ha decidido no verlos. Porque los recursos, nos dicen desde el Govern, están comprometidos con “el desarrollo sostenible global”.

Ni el PP ni Aliança Catalana frenaron este disparate

Uno esperaría que, al menos, aquellos partidos que afirman representar al electorado harto de la deriva ideológica de la Generalitat se opusieran con claridad. Pero el Partido Popular y Aliança Catalana se abstuvieron. Su neutralidad fue cómplice. Su silencio, ensordecedor.

Mientras tanto, la Generalitat presume de ser un actor internacional en derechos humanos. ¿Qué clase de derechos humanos son esos que ignoran los derechos básicos de los catalanes más humildes?

No es una cuestión de izquierda o derecha, es una cuestión de vergüenza

La moción presentada por VOX no se trataba de ideologías. Se trataba de sentido común. De prioridades. De entender que antes de jugar a salvar el mundo, hay que poner orden en casa. Lo dijo el propio Tarradas: “Esta moción no va de derechas ni de izquierdas. Va de decencia”.

Pero ni eso se les concedió. Ni siquiera un debate real sobre en qué se gasta el dinero público. Todo fue despachado con automatismos ideológicos y consignas vacías. El Govern sigue su hoja de ruta de prioridades internacionales, mientras en Cataluña falta personal médico, faltan profesores, faltan viviendas asequibles y sobra propaganda.

Cataluña no necesita más postureo global. Necesita justicia social en casa

Durante décadas, los catalanes han sido bombardeados con mensajes de que ser solidario es financiar proyectos a miles de kilómetros. Pero la solidaridad no puede ser selectiva. No puede consistir en ignorar a quien tienes al lado para posar de héroe en foros internacionales.

La cooperación internacional puede tener sentido si existe una base interna fuerte, una transparencia total y resultados demostrables. Hoy, ninguna de esas condiciones se cumple.

Conclusión: una traición institucional y un giro de espaldas al pueblo

Lo que ocurrió en el Parlament fue mucho más que el rechazo a una moción. Fue la institucionalización del abandono. Fue decirle a los catalanes que sus necesidades no compiten con el relato internacional del Govern. Fue confirmar que la ideología está por encima de las personas reales, con nombres, apellidos y sufrimiento concreto.

El día que Cataluña recupere la cordura —y llegará ese día—, esta votación será recordada como una página negra en la historia del parlamentarismo catalán. La clase política debe responder ante los ciudadanos, no ante organismos externos, ni ante redes clientelares internacionalizadas.

Cataluña no necesita más pancartas globales. Cataluña necesita un Govern que mire al suelo que pisa, y escuche a los que lo sostienen.

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