Si alguien albergaba todavía la mínima esperanza de que el mercado inmobiliario se moderase en 2025, es hora de despertar a la cruda realidad. Y el despertar es de todo menos dulce. Los datos definitivos del cierre del año han caído como un jarro de agua fría sobre millones de familias y jóvenes españoles que aspiran a tener un techo propio. El mercado residencial no solo no se ha enfriado, sino que ha pisado el acelerador a fondo, ignorando por completo la lógica económica de los tipos de interés y los salarios estancados. Según los últimos datos de la tasadora Tinsa, una de las referencias más fiables del sector, el precio de la vivienda ha cerrado el ejercicio con una subida interanual del 13,1%. Para encontrar un dato similar, tenemos que remontarnos a 2006, justo a las puertas del colapso que arruinó a medio país.
Pero que nadie se equivoque, esta no es una repetición exacta de 2008, y eso es quizás lo más preocupante. Entonces se construía sin freno; hoy no hay grúas suficientes. El metro cuadrado medio en España ha escalado hasta los 2.091 euros. Para ponerlo en perspectiva humana: una vivienda tipo que en enero de 2025 costaba 200.000 euros, hoy cuesta 226.000 euros. Esos 26.000 euros de diferencia son, literalmente, el salario bruto anual de un trabajador medio en España. Es decir, una familia tendría que dedicar el sueldo íntegro de uno de sus miembros durante todo un año, sin gastar un céntimo en comer o vivir, solo para cubrir el encarecimiento de la casa que quería comprar.
La tormenta perfecta: ¿Por qué sube si nadie puede comprar?
Esta es la pregunta que se hace todo el mundo. Si los jóvenes no tienen ahorros, si los bancos miran con lupa las hipotecas y si los sueldos dan para lo que dan, ¿quién está comprando para empujar los precios así? Los expertos señalan una «tormenta perfecta» formada por tres huracanes que convergen sobre el mercado español.
En primer lugar, la escasez crónica de oferta. Llevamos una década construyendo muy por debajo de las necesidades de creación de nuevos hogares. No hay casas. Y cuando un bien de primera necesidad escasea, su precio se dispara. Es la ley más básica del mercado, y en el ladrillo es implacable. La oferta es absolutamente incapaz de absorber una demanda que sigue hambrienta.
En segundo lugar, el efecto «valor refugio». Vivimos tiempos de incertidumbre, de inflación acumulada y de volatilidad bursátil. Quien tiene dinero, mucho o poco, busca seguridad. Y en España, culturalmente y financieramente, la seguridad son los ladrillos. Los grandes tenedores, los fondos de inversión y los pequeños ahorradores están canalizando su liquidez hacia la vivienda, comprando muchas veces al contado y expulsando al comprador hipotecario tradicional. La vivienda se ha convertido en un activo financiero antes que en un hogar.
Y por último, la resiliencia del empleo. A pesar de los nubarrones, el mercado laboral español ha aguantado el tipo mejor de lo esperado. Esto mantiene viva la demanda, tanto de compra como de alquiler. La gente tiene trabajo, quiere independizarse, pero se topa con un muro de precios infranqueable.
El fracaso de las políticas y el drama social
Este dato del 13,1% es mucho más que una cifra estadística; es la certificación del fracaso de las políticas de vivienda de los últimos años. Deja en papel mojado cualquier ayuda al alquiler o compra prometida por las administraciones. De muy poco sirve que el Gobierno anuncie a bombo y platillo un aval del ICO del 20% para la entrada, si mientras tú tramitas los papeles y el banco estudia tu perfil, el piso que querías ha subido un 15% o ya se lo ha quedado un inversor pagando en efectivo.
Estamos ante una nueva burbuja, diferente a la anterior, pero igual de excluyente o más. Una burbuja de precios que no se alimenta del crédito fácil, sino de la escasez y la especulación. El resultado social es devastador: una generación entera condenada al alquiler perpetuo (que también sube por contagio) o a vivir en casa de sus padres hasta los 40 años. Y lo peor es que las previsiones para 2026 no invitan al optimismo. Mientras no se construya vivienda asequible de forma masiva —algo que tarda años—, la tensión de precios seguirá asfixiando a la clase media y trabajadora.












