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Un escándalo de privacidad revela cómo los fabricantes de robots de limpieza comercializan mapas detallados de los hogares, rutinas y datos personales a aseguradoras y anunciantes sin el consentimiento real del usuario

Bienvenido a la distopía doméstica del siglo XXI. Compraste ese robot aspirador de última generación para olvidarte de barrer las migas y los pelos del perro, pero sin saberlo, introdujiste en tu hogar al espía más eficiente jamás creado. Una investigación periodística internacional ha destapado la caja de Pandora del sector de la domótica: las empresas fabricantes de robots aspiradores no solo se lucran vendiéndote el aparato (cada vez más caro), sino que han encontrado un filón de oro mucho más lucrativo: tus datos, tus planos y tu vida privada.

Las aspiradoras modernas, equipadas con cámaras, sensores LiDAR y micrófonos, no solo «evitan obstáculos». Están mapeando milimétricamente cada centímetro cuadrado de tu vivienda. Saben cuántos metros cuadrados tiene tu salón, qué muebles posees, si hay juguetes de niños tirados en el suelo (y qué marca son), si tienes mascotas, y cuáles son tus horarios de entrada y salida. Toda esta información se procesa, se empaqueta y, según denuncian expertos en ciberseguridad, se vende al mejor postor en el mercado de datos.

¿Quién quiere saber dónde está tu sofá?

La respuesta es inquietante: todo el mundo. Las aseguradoras de hogar pagan fortunas por saber si tu casa tiene realmente las medidas que declaraste o si posees bienes de valor no asegurados. Las inmobiliarias quieren conocer la distribución real de los pisos. Y, por supuesto, los gigantes del marketing como Google o Amazon (que no por casualidad intentó comprar iRobot) utilizan esos datos para servirte publicidad hipersegmentada. Si tu robot detecta una cuna nueva en la habitación, prepárate para ver anuncios de pañales en tu móvil a los cinco minutos.

El problema radica en la opacidad. Cuando el usuario configura el dispositivo por primera vez, acepta unos «Términos y Condiciones» kilométricos e incomprensibles donde, escondida en la letra pequeña, cede derechos sobre los datos recopilados para «mejorar el servicio y la navegación». Esa cláusula ambigua es la puerta trasera legal que permite el tráfico masivo de nuestra intimidad. Técnicamente has dado tu consentimiento, pero en la práctica, ha sido un consentimiento viciado por la falta de transparencia.

Hackers y fotos íntimas: el riesgo de seguridad

Más allá de la venta comercial de datos, existe un riesgo de seguridad física real. Se han documentado casos de robots aspiradores hackeados cuyas cámaras han terminado retransmitiendo imágenes en directo desde el interior de domicilios privados. Hace unos meses, imágenes íntimas de una usuaria en el baño, captadas por un modelo de desarrollo de una conocida marca, terminaron filtradas en foros de internet. No es ciencia ficción: es un dispositivo conectado a internet con una cámara paseándose por tu casa mientras duermes o te duchas.

La Unión Europea, tan celosa en regular la Inteligencia Artificial o los cargadores únicos, parece haber llegado tarde a este problema. Mientras Bruselas legisla sobre algoritmos abstractos, los ciudadanos europeos tienen sus casas mapeadas en servidores alojados en China o Estados Unidos, fuera del alcance del RGPD real. La soberanía digital empieza por la privacidad del propio hogar, y esa barrera ha caído sin que nos diéramos cuenta.

Cómo protegerse (si es que se puede)

Los expertos recomiendan revisar exhaustivamente los permisos de la aplicación del robot, desactivando cualquier opción de «compartir datos con terceros» o «unirse al programa de experiencia de usuario». También sugieren, aunque suene rudimentario, tapar las cámaras de los dispositivos si no son estrictamente necesarias para la navegación, o optar por modelos antiguos que funcionen por rebote y no por mapeo inteligente. La comodidad tiene un precio, y en la era del Big Data, ese precio es nuestra privacidad.

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La próxima vez que mires a tu aspiradora con gratitud por ahorrarte trabajo, recuerda que ella también te está mirando a ti, tomando notas y enviando un informe detallado a la nube. El Gran Hermano no era un póster en la pared, era un disco con ruedas.

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