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Sánchez ignora la ley de las autoescuelas en su cruzada eléctrica e inclusiva

Su arrebato verde y woke que suena bien en los salones de Moncloa, pero que choca de bruces con la realidad

Pedro Sánchez, ese brujo del Sanchismo, ha vuelto a dar una de cal y otra de arena en su obsesión por el coche eléctrico. En la pomposa presentación del Plan Auto 2030, el presidente del Gobierno ha decretado que «no hay marcha atrás» en la electrificación total del parque móvil español. La vía eléctrica es su sueño (húmedo).

Entre sus perlas, ha propuesto que los novatos se suban por primera vez al volante en las autoescuelas… ¡a un coche eléctrico! Un arrebato verde que suena bien en los salones de Moncloa, pero que choca de bruces con la realidad. Y es que la Dirección General de Tráfico (DGT) prohíbe explícitamente usar vehículos eléctricos para obtener el carnet B convencional. Sánchez, como de costumbre, habla sin saber, o peor, sin importarle.

El error es tan garrafal que roza lo cómico, si no fuera por el daño que causa su ideología impostada. Los coches eléctricos, por su diseño intrínseco, son automáticos: no hay palanca de cambios, solo un inversor para ir hacia delante o atrás. La normativa de Tráfico los clasifica como tales, y aprobar el examen con uno te condena a la restricción en el permiso. Significa que el conductor queda maniatado de por vida a vehículos automáticos, incapaz de manejar un coche manual, que sigue siendo el 80% del parque automovilístico español.

La imaginen que propone Sánchez sería la miles de jóvenes saliendo de la autoescuela con un carnet capado, listos para estrellarse en el primer Seat Ibiza de un familiar. Pero Sánchez lo vende como un dogma infalible, tildando de «bulos» cualquier crítica a su utopía enchufable.

Políticas de postureo eléctrico y woke

Este patinazo no es un lapsus aislado, sino el sello del Sanchismo. Es decir, políticas de postureo dictadas por lobbies automovilísticos y financiadas por inversiones chinas opacas, que priorizan la foto verde sobre la viabilidad real.

De esta manera, el Plan Auto 2030 inyecta miles de millones en subvenciones que benefician a gigantes foráneos, mientras las autoescuelas españolas, pymes ahogadas por la burocracia socialista, se enfrentan a una reconversión imposible.

Ni la infraestructura de carga soporta el ritmo –con solo un 2% de plazas electrificadas en parkings públicos–, ni los precios de las baterías han bajado lo suficiente para que un eléctrico sea accesible al mileurista medio.

La limitada visión de Sánchez

Sánchez, con su limitada visión, ignora que el 70% de los españoles vive en zonas rurales donde un enchufe es tan raro como un puesto de trabajo estable bajo su Gobierno.

Frente al dislate, España exige coherencia: ¿por qué no invertir en híbridos o en mejorar el transporte público en vez de forzar una transición exprés que deja tirados a los conductores? El PP ya advierte de un «descalabro» en la formación vial, y no es para menos.

Pero Sánchez, mal informado y peor asesorado, sigue jugando a ser el salvador ecológico, pero sus decretos huecos solo agravan la fractura entre la España real y la de sus sueños woke. Mientras, el ciudadano paga el pato: más impuestos, menos libertad al volante y un futuro enchufado a la improvisación.

 

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