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El director de la DGT admite el descontrol absoluto con los dispositivos de emergencia y siembra el pánico sobre las multas

Cuando uno pensaba que la comunicación de la DGT no podía caer más bajo, Pere Navarro siempre tiene una pala para seguir cavando. En unas declaraciones que rozan el insulto a la inteligencia del contribuyente, el director de Tráfico ha comparado el proceso de verificar si una baliza V16 está homologada con «mirar si te ha tocado la lotería». Así, con esa frivolidad, despacha la incertidumbre de millones de conductores que no saben si el dispositivo que han comprado servirá en 2026 o será un pisapapeles ilegal.

Navarro ha confirmado que no habrá campañas específicas de control… de momento. Pero la amenaza está ahí: si un agente te para, te pedirá «el seguro, la ITV y que le enseñes la V16». Y si tu luz no se conecta correctamente a la nube de control de la DGT 3.0 —esa plataforma orwelliana que sabrá dónde estás en cada momento—, prepárate para la sanción. La administración exige al ciudadano una precisión técnica que ella misma es incapaz de garantizar en su comunicación.

La inseguridad jurídica como norma

Lo más grave es la admisión implícita de que muchas balizas vendidas en gasolineras y supermercados durante los últimos años no servirán. Los conductores que, actuando de buena fe, se adelantaron a la norma, ahora descubren que han tirado el dinero en dispositivos no conectados o no homologados bajo el estándar definitivo. Es la estafa de la etiqueta medioambiental repetida: cambia la norma, paga de nuevo.

Pere Navarro sigue en su puesto, gestionando la seguridad vial como un casino donde la banca —el Estado— siempre gana y el conductor siempre paga.

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Revise su baliza, cruce los dedos y espere no tener que usarla nunca. Con esta DGT, la seguridad es lo de menos; lo importante es tener el papelito en regla.

Las palabras del director de Tráfico no solo han encendido a los conductores, también han dejado algo todavía más preocupante al descubierto: la propia DGT no tiene el control real del sistema que ha impuesto. Cuando Pere Navarro admite que comprobar si una baliza está homologada es casi cuestión de suerte, lo que está reconociendo es un fallo estructural en la gestión y en la comunicación pública de una norma que afecta a millones de personas.

La DGT exige que, a partir de 2026, todos los vehículos lleven una baliza V16 conectada, pero durante años ha permitido la venta masiva de dispositivos que ahora podrían quedar fuera. El resultado es una sensación de trampa legal: el ciudadano cumple, compra, se adelanta… y después descubre que la administración ha cambiado las reglas sin aclarar el tablero.

Por qué la DGT ha perdido el control de las balizas V16

El problema no es solo técnico, es de gobernanza. La DGT ha delegado en fabricantes y distribuidores la responsabilidad de vender dispositivos “válidos”, sin ofrecer un sistema claro, accesible y definitivo para que el conductor sepa si su baliza servirá o no. No hay una campaña clara, no hay un listado sencillo y no hay garantías para quien compra hoy.

Cuando la máxima autoridad en tráfico reconoce públicamente que el proceso es confuso, la inseguridad jurídica deja de ser una sospecha y pasa a ser un hecho.

Qué balizas V16 serán obligatorias en 2026 y cuáles no

La normativa exige que la baliza V16 esté conectada a la plataforma DGT 3.0, transmitiendo la ubicación del vehículo en tiempo real. El problema es que muchas balizas vendidas hasta ahora solo emiten luz, pero no se conectan a esa red. Otras prometían conexión futura que nunca ha quedado claramente certificada.

El conductor medio no tiene por qué saber de protocolos, tarjetas SIM integradas o estándares de transmisión. Sin embargo, la DGT traslada toda la responsabilidad técnica al usuario, algo inaudito en una regulación de este calibre.

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Multas con la baliza V16: cuándo pueden sancionarte realmente

Aunque Navarro asegura que no habrá campañas específicas “de momento”, el mensaje es claro: la sanción es posible. Basta un control rutinario para que el agente solicite la baliza, y si no cumple los requisitos, la multa llegará. No importa que la hayas comprado legalmente o que durante años haya sido válida.

Este escenario abre la puerta a sanciones arbitrarias, distintas interpretaciones y un caos administrativo muy similar al vivido con las etiquetas medioambientales.

La DGT 3.0 y el miedo al control permanente

Más allá de la multa, muchos conductores empiezan a desconfiar del sistema en sí. La conexión obligatoria a la nube de la DGT implica que la administración conocerá la ubicación exacta del vehículo en caso de activación. Aunque se vende como una mejora de seguridad, la falta de transparencia alimenta el temor a un control excesivo sin garantías claras.

Cuando la confianza se rompe, cualquier avance tecnológico deja de percibirse como protección y pasa a verse como vigilancia.

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Otra chapuza normativa que acaba pagando el conductor

El patrón se repite: norma mal explicada, plazos cambiantes, productos vendidos que luego quedan obsoletos y un ciudadano obligado a pasar de nuevo por caja. La admisión pública del descontrol no tranquiliza; confirma que el sistema se ha diseñado de espaldas al usuario.

Mientras tanto, Pere Navarro sigue al frente de la DGT, normalizando la confusión como si fuera parte del proceso. Para el conductor, el mensaje es devastador: cumple, paga y cruza los dedos.

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